Se sabe que al caos le gusta encapsularse en la quietud y en la amabilidad. Serena es más o menos así. Se trata de una loba amable y educada, pero poco entusiasta y de utomatismo frecuente. De hecho su nombre lo dice por sí solo: una invididua tranquila y poco frecuentada por la ansiedad, positiva y protectora. Es la primera en preocuparse por los cachorros. Tiene este instinto maternal reprimido en algún sitio, por lo que es normal viéndola regalando consejos o moralejas en voz alta, algunas veces hacia sí misma.
Pero no se necesita conocerla tanto para darse cuenta que esa curvatura en las comisuras de su boca no pasa de ser una sonrisa cansada, una sonrisa, aunque suene irónico, que a veces termina incrementando la tristeza. Su apariencia solo remata esto, pero quien lo ha admitido, ha dicho que tiene tiene cierto encanto especial, propio de ella. Un abrazo 'serenil' reconfortante y cálido.
A diferencia de algunos lobos puros, su vasta caja torácica pone en duda si sus patas descarnadas podrían soportar su peso, aunque sea por un desproporción física que la pone en verdadera desventaja, le basta para valerse por sí misma. Una cola larga le es útil para equilibrarse, un bajo peso pero pisada firme se convierten en complejas herramientas de sigilo, útiles a la vez para ejecutar saltos silentes pero que repele su fuerza física y sobre todo, su resistencia y aguante.
Mamá, ¿estás con nuestros dioses ahora? Sin saberlo, más de una docena de pares de ojos la observaban en las inmediaciones del lugar donde su madre murió, abatida por un cérvido macho que de una patada le había roto el cuello. Serena había sentido la presencia silente de una manada entera, cuando a su madre la imitaba en cada gesto, adivinando su inquietud con la mirada vuelta hacia hacia el norte. Parecía que las estaban siguiendo, pero en realidad iban todos al mismo sitio, siguiendo los mismo grandes rebaños. Las dos se separaron de la manada donde Serena nació un día que se alejaron mucho siguiendo el rastro de una liebre, nunca volvieron a reconciliarse los encuentros de madre e hija y manada. Las dos pasaron hambre, y en un intento desesperado de llevarse algo al hocico, su madre murió.
Siempre fue débil. Los otros la llamaban 'impura'. Y ahora, ovillada a un lado del cuerpo inerte de su madre, uno de los lobos que la rodeaban dio varios pasos al frente.
—Vamos al sur. Vayamos juntos.
...
Ocupó un lugar periférico en la manada de Unus. Así se llamaba el que la invitó a unirse a la manada, el que la invitó a no morir. Unus y Serena desde entonces fueron una especie de desconocidos, no fue que se conocieron de verdad hasta más adelante. Serena creció en esa manada, vivió en ella la mayoría de su vida, mas era un delta que siempre gozó en la manada más libertad que sus compañeros. Los admiraba, sí. Gracias a ellos había sobrevivido. Pero en cuanto a relaciones, en cambio, siempre fue retraída. Al menos con los betas y los demás deltas. Había un par de cachorros de apenas un par de meses que estaban bajo el cuidado de toda la manada. Eran preciosos, decía Serena, y les tomó buen aprecio. Eran Duae y Treis. Cuando ambos crecieron, decidieron separarse de la manada. Algunos siguieron a Duae y otros a Treis. Al cabo, la manada se dispersó. Serena continuó en solitario.
...
—¿Por qué te llamas Serena?
Escuchó una vez, a la par de un familiar andar en la nieve, detrás de ella.
—Protagonista de una de las leyendas favoritas de madre. Por eso me llamó así.
Sonrió. Era Unus, que la había seguido a lo largo de un par de días. Había pensado que nunca volvería a verlo. Había pensado que le tocaba un futuro solitario. No fue así.
...
Llegó un día en que la luna ya no era lo mejor de la noche. Ahora lo era acurrucarse a su lado y lamer entre sus orejas, cambiar esos juguetones golpes con el hocico cariñosamente, con los ojitos iluminados como las mismas estrellas. Cuando entre la nieve del tercer invierno de Serena, se perseguían, ella siempre quedando atrás hasta que el galán se daba cuenta de su descortesía y regresaba a toda carrera hasta donde estaba ella para entrechocar narices. Serena fue la más feliz sobre la faz de la tierra.
...
—Ese no era el fin para un lobo como él. No lo dejaron defenderse, lo mataron a la mala. Está ahora en la orilla del río, ahora ensangrentado.
Escuchó decir a Duae una vez, mientras este hablaba con algunos lobos de su propia manada, de la que se había podido convertir alfa. Pero él no la vio a ella. No era momento para re-encuentros lobunos. Serena sabía de quién hablaba. De alguna forma, lo sabía. Dejó caer el conejo que había cazado, y que llevaba en su hocico mientras se dirigía a su refugio donde vivía con Unus, antes de acercarse curiosa a la esencia nerviosa de un cúmulo de lobos. Salió corriendo de ahí, en dirección hacia el río. Ahí lo vio, tumbado de lado y con la herida de una bala perdida en el cuello.
No...Se acercó, temblando, y se tumbó al lado del cuerpo del lobo al que amaba. Las corrientes del río la mojaron como su propio manantial de tristeza.
Unus, ¿estás con nuestros dioses ahora?Pero ahora Serena lo necesitaba más a él que a cualquier dios.
...
Acababa de cumplir su cuarto año y el tercer mes desde que Unus murió. Sin saber bien qué debía hacer, había abandonado el extenso territorio donde había vivido toda su vida y dirigido sus andares hacia el sur. Más adelante conoció a Patru. Muy hermosa en su vejez y llena de dignidad. Era una loba que a pesar de haber sido dejada a su suerte por su manada, dado que ya no era un invididuo productivo en ella, estaba cubierta por un sosiego amigable. Se volvió por un tiempo una especie de mentora para Serena. Además de ayudarle a salir adelante, le enseñó las plantas medicinales y el conocimiento de sus virtudes, fabricar refinadas artesanías a partir de objetos tan simples como las plumas o las ramas. Era sabia y le ayudó a comprender el comportamiento de los demás animales, le contaba leyendas sobre el origen del mundo, de cuando los lobos no estaban amenazados por los hombres. Tal vez si la hubiera conocido cuando era más joven, se hubiera convertido en una especie de figura materna. Ella tuvo más de una vez que proteger a la de mayor edad de numerosos animales agresivos, hambrientos y exaltados por la cena fácil que representaba el cuerpo frágil de Patru. De ahí sacó la mayoría de sus cicatrices que aloja su cuerpo.
Pero Serena ya estaba preparada para lo inevitable. Cada vez Patru se volvía más débil, llegó un día en el que no se pudo levantar más. La noche en que murió, le dijo a Serena;
—Serena, tienes que volver al mundo. Te he enseñado a vencer al mayor enemigo, que es temor a uno mismo. Tienes que ir a buscar tu felicidad. ¿Quién lo hará, sino es así?
Cuando dejó de respirar, Serena se alejó de ahí para no volver más. Esa misma noche se inició un terrible incendio en el bosque donde ambas hembras había residido.
No irán carroñeros a buscar devorar su cuerpo. Pensó, mientras veía el fuego engullir los árboles. Eso le reconfortaba. Pero pensó en sus palabras, ¿de verdad había acabado de comprenderlo? No era así, y le dolía.
Al siguiente día inició su verdadera vida.